NUESTRA AMERICA

MEMORIA* (Segunda parte)

Ruy Mauro Marini**

El tercer exilio

Después de una recepción formal y un poco tensa, en el aeropuerto de la ciudad de Panamá, con la presencia de Omar Torrijos y de Manuel Noriega, los asilados fuimos transferidos para dos pequeñas ciudades de provincia, Chitré y Las Tablas, tocando a mi grupo esta última. Yo había estado prácticamente desaparecido desde el 11 de septiembre, dando margen, inclusive, a que se esparcieran rumores sobre mi fusilamiento en el Estadio Nacional. En Las Tablas, retomé contacto con el mundo exterior y, al fin de pocos días -ante la confusión que reinaba entre las autoridades panameñas con respecto al tratamiento que debería ser dado a los asilados- me trasladé, por iniciativa propia, a la ciudad de Panamá, donde amigos de diversas partes, principalmente de México, me enviaron algún dinero. Yo había dejado lo que tenía con los compañeros chilenos y viajé con cerca de 40 dólares que Carmen, quien había sido mi sirvienta, me había entregado después de cambiar en el mercado negro todas sus economías. Esa fue una de las manifestaciones más conmovedoras de solidaridad que entonces recibí por parte de chilenos humildes, pero conscientes y combativos.

Panamá no podía ser más que un punto de paso. Mis prioridades, respecto al destino futuro eran, en este orden, Argentina, por la proximidad con Chile y México, por razones sentimentales. Pero, naturalmente, no me encontraba en posición de cerrar ninguna puerta, por lo que no frené las iniciativas que en diversos países, comenzaron a tomar amigos, compañeros y colegas. Como las gestiones para entrar en Argentina se prolongaron, hasta fracasar, y las relativas a México fueron también demoradas, terminé quedándome en Panamá hasta fines de enero de 1974, y fui uno de los últimos en dejar el país.

Esos tres meses me permitieron sentir la impresionante solidaridad de mis amigos, particularmente mexicanos, venezolanos e italianos y, a la vez, constatar -no sin sorpresa- el prestigio de que yo disfrutaba en América Latina y en Europa. En México, se movilizaron activamente Neus Espresate, Eugenia Huerta (hija del poeta Efraín Huerta y que trabajaba en Siglo XXI), Carlos Arriola (mi alumno en el Colegio de México, de la generación de 1966, y, en la época, secretario general de la institución), Mario Ojeda Gómez, Luis Hernández Palacios, José Thiago Cintra, entre muchos. De ahí recibí ofertas de trabajo _reales o, en algunos casos, para facilitar la visa de entrada- de Víctor Flores Olea, director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de Leopoldo Zea, director de la Facultad de Filosofía y Letras, de José Luis Ceceña, director de la Escuela Nacional de Economía, y de Raúl Benítez, director del Instituto de Investigaciones Sociales, todos de la UNAM, por el Colegio, de Mario Ojeda y Carlos Arriola. El Colegio también gestionó la posibilidad de incluirme en un programa cultural de Televisa, en el que participarían J. A. Salk, Jorge Luís Borges, Jorge Sábato, Jacques Cousteau y otros. En las gestiones ante la Gobernación, para la obtención de la visa, fue Flores Olea quien demostró más fuerza y, por eso, al dirigirme más tarde a México, mi destino terminó siendo la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Los venezolanos también se empeñaron. Comenzando con iniciativas de José Agustín Silva Michelena, de gran corazón, y de Armando Córdova, compañero de viajes por Dakar y Roma, siguieron luego invitaciones formales de Maza Zavala, director de la Facultad de Economía de la Universidad Central, y de las universidades de Mérida y Zulia (Maracaibo). En Argentina, la principal acción le tocó a Enrique Oteiza, de CLACSO, dando como resultado una invitación para la Universidad del Sur, en Bahía Blanca. Se debe también registrar la solidariedad de Orlando Fals Borda, quien dirigía ROSCA, en Colombia.

En Italia, los amigos que más se esforzaron fueron Rossana Rossanda y Laura González, quien había traducido mi libro para Einaudi y con quien yo mantenía una nutrida correspondencia, pero que sólo después vine a conocer personalmente, cuando me impresionó por su inteligencia, entusiasmo y calor humano. De Italia me llegaron invitaciones de las universidades de Roma (Sylos Labini), de Siena y de Módena. De Francia, la Universidad París VIII (Michel Beaud) y X (René Rémond) dieron también su contribución, juntamente con la París I. Sin embargo, la oferta más insistente e interesante, respecto a los aspectos financiero y de documentación migratoria, salió espontáneamente de Otto Kreye, del Instituto Max Planck, de Starnberg, cerca de Munich, que yo había encontrado en Dakar y que conocía, por eso, Dialéctica de la dependencia. Junto con Jürgen Heinrichs y Folker Fröbel, él constituiría un núcleo de investigación, que publicaría, en 1977, el libro La nueva división internacional del trabajo. Paralización estructural en los países industrializados e industrialización de los países en desarrollo. Fui para allá entonces, al dejar Panamá, por razones que no viene al caso plantear aquí.

Antes de cerrar el paréntesis panameño conviene, sin embargo, hacer un par de observaciones. La situación política que vivía el país, con Torrijos, conllevó una buena acogida a los asilados, junto con el deseo nada disfrazado de que nos fuéramos. Mientras estuve ahí, fueron limitados los contactos formales con la Universidad de Panamá -una u otra conferencia- de manera tal que el evento académico impactante, en ese período, fue mi participación, con Vasconi y otros, en el Seminario sobre Aspectos Económicos, Sociales y Políticos de la Inversión Extranjera en América Central, promovido por el Programa Centroamericano de Ciencias Sociales y por la Fundación Friedrich Ebert, en La Catalina (Costa Rica), en noviembre de 1973. El hecho merece ser registrado, principalmente porque, en las conversaciones con los funcionarios de la Ebert, quedó manifiesto para mí el interés de la socialdemocracia alemana en la intelectualidad latinoamericana de izquierda, así como el trabajo que, para atraerla, desarrollaba a través de CLACSO. Posteriormente, con el encuentro que promovió en Colonia Tovar, en Venezuela, en 1975, entre las principales fuerzas de la izquierda chilena, excluidos el PC y el MIR, el cuño político de la acción socialdemócrata quedó perfectamente definido. Esa acción vendría a dar frutos significativos en la segunda mitad de la década.

Independientemente de la actitud oficial, la receptividad de los intelectuales panameños a los asilados fue cálida. Entre los que conocí y que hoy cuento como mis amigos, es justo destacar a Julio Manduley, Marco Antonio Gandásegui, Xabier Gorostiaga y Griselda López. A la par del ejemplar compañerismo de los asilados que ahí estuvieron, eso tornó más que soportable mi estancia en el país.

El 30 de enero de 1974, partí hacia Munich, donde tuve la grata sorpresa de, además de Otto Kreye, encontrar Antonio Sánchez y Marcelo García —quienes, así como Gunder Frank, habían sido también invitados por el Max Planck. Con ellos, estaba Dorothea Mezger, tierna e inteligente, cuya investigación sobre el cartel internacional del cobre resultaría, algunos años después, en un libro excelente, quien me hospedó en su departamento durante mi estancia en Munich.

Integrando un óptimo equipo y contando con una infraestructura de trabajo sin paralelo con las que había tenido antes y tuve después, debo reconocer que en el período siguiente mi rendimiento intelectual fue bajo. Fuera de la participación en seminarios, inclusive en uno que el equipo del Max Planck realizó en septiembre, en Starnberg, y la realización de conferencias, fue poco lo que ahí produje. Además de los dos ensayos sobre Chile, ya mencionados, y el prefacio a la 5ª edición mexicana de Subdesarrollo y revolución, mi producción se limitó a colaboraciones menores -en general relacionadas con Chile- para revistas y periódicos, así como entrevistas (de las cuales, sólo vale a pena mencionar la que publicó Il Manifesto, de Roma, en el aniversario del golpe chileno, con el título "Reazione e rivoluzione in Cile").

Para ello, concurrió mucho el amplio movimiento de solidariedad con la resistencia chilena, que constituyó un hecho importante en la vida política europea, en aquella mitad de década, y que me convocó, sin admitir reservas. Hasta principios de 1977, me fue imposible establecer un plan de trabajo y dedicar una razonable atención a mi vida personal y profesional. Moviéndome siempre por toda Europa y entre ésta y América Latina, fui obligado a enfrentar situaciones inesperadas y, a veces, verdaderos desafíos -como la de ser el principal orador en un mitin durante el primer aniversario del golpe chileno, en Francfort, que reunió a cerca de 300 mil personas, provenientes de toda Alemania. Una correspondencia de esa época, sustraída a agentes del extinto CNI y a la cual tuve después acceso a través de Libio Pérez, director de la revista Página Abierta, de Santiago, muestra cuánto mi actividad molestaba la dictadura chilena: un memorando de fines de 1975 (en todo caso, posterior a 22 de diciembre), relativo a la detención de un correo del MIR en Argentina, se refiere a un supuesto viaje que hubiera hecho a ese país, para entrevistarme con Edgardo Enríquez, hermano de Miguel, que estaba en ese entonces dirigiendo las actividades de esa organización en el exterior, y pide medidas para capturarnos. La trágica desaparición de Edgardo, un año después, en Buenos Aires, habla elocuentemente de lo que habría significado para mí caer en manos del servicio secreto de Chile.

Hasta qué punto yo me había tornado popular en los círculos de la izquierda revolucionaria europea, me dio la medida Laura González, cuando nos conocimos. Me contó, entonces, que, encontrándose en Turín, supo que yo pronunciaría ahí una conferencia sobre Brasil y asistió a ella a fin de conocerme personalmente. Sorprendida con la ambigüedad de la intervención del conferencista, que combinaba radicalismo verbal y proposiciones políticas dudosas, se sorprendió aún más cuando, al ser abordado, después de la conferencia, éste la trató de manera esquiva y nerviosa. Laura telefoneó, en tonces, a Rossana Rossanda, a Roma, narrando lo ocurrido y le preguntó si yo era alto, moreno oscuro, etc., recibiendo, obviamente, respuesta negativa. Considerando las maniobras sórdidas que la Embajada brasileña había venido realizando en Italia, ambas concluyeron que se trataba de una farsa armada por ésta y se apresuraron a comunicar la impostura a la izquierda italiana.

A pesar de haber producido poco, ese fue un período en que las publicaciones de mis textos se multiplicaron, muchas veces sin que yo tomara conocimiento. Además de la 5ª edición de Subdesarrollo y revolución y su traducción al italiano y al portugués, aparecieron también las traducciones alemana, italiana, holandesa y portuguesa de Dialéctica de la dependencia, mientras varios trabajos míos, referidos mayoritariamente a Chile, se editaban formalmente en Alemania y en la Argentina e, informalmente, en Escandinava, en Estados Unidos, en Canadá y en países de América Latina.

Arrastrado en esa vorágine, mi desestabilización hubiera sido completa si en septiembre de 1974, yo no hubiera viajado a México, para asumir el cargo de Profesor Visitante, que me ofreciera la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS), y que conllevaba mi adscripción, como investigador, a su Centro de Estudios Latinoamericanos. En el aeropuerto, tuvo lugar un incidente que merece registro. Después de retirar mi equipaje, me dirigía hacia el lugar donde estaban los agentes aduanales, cuando un joven, bien vestido y de buena apariencia, parado en una zona mal iluminada, después de mirarme fijamente (como si me comparara a la fotografía que, sin duda, memorizara), me hizo una señal para que me detuviera ahí. Mientras yo abría las maletas -que él volvía a cerrar, sin dignarse siquiera a mirarlas- el joven, con esa cortesía amenazadora en que los mexicanos son maestros, me manifestaba la satisfacción de México y la suya propia por mi regreso a la UNAM (a la cual yo no había hecho referencia), ya que tendría el honor y el placer de ser mi alumno. En realidad, nunca más lo vi. Era un agente de Gobernación, que _en el buen estilo mexicano- al mismo tiempo que me ahorraba los trámites aduanales, me advertía que el gobierno ya sabía de mi llegada y acompañaría mis pasos con atención.

Dividí mis actividades profesionales entre la UNAM y el Max Planck hasta mediados de 1976, cuando presenté mi renuncia a éste para quedarme exclusivamente en México. Ahí, en medio del torbellino en que vivía, asumí algunas iniciativas, que después se revelaron productivas. La más relevante fue la fundación, en 1974, de Cuadernos Políticos, que ejercería influencia significativa en la intelectualidad mexicana, hasta cuando dejó de aparecer en 1990. Nacida gracias al impulso de Neus Espresate, que a ella dedicó lo mejor de su entusiasmo, inteligencia y notable sensibilidad, la revista reunió un grupo brillante de intelectuales, formados al calor del movimiento de 1968, en que se destacaban Carlos Pereyra, Bolívar Echeverría, Rolando Cordera, Arnaldo Córdoba y Adolfo Sánchez Rebolledo. Escaldado por la experiencia que yo había vivido anteriormente en el país, sólo algunos años después permití que mi nombre fuera incluido en el comité editorial. Este sufrió, con el tiempo, modificaciones debido a defecciones y a la inclusión de nuevos miembros, entre ellos, Asa Cristina Laurell, Rubén Jiménez Ricárdez, Olac Fuentes y Héctor Manjarrez.

El cuidado en mencionar a los integrantes del comité se justifica por el hecho de que, a diferencia de lo que ocurre en ese tipo de publicación, funcionaba como un verdadero equipo de trabajo, con reuniones semanales que se adentraban por la noche, haciendo de la revista un producto realmente colectivo. A partir de una aparente unidad ideológica, no tardarían en presentarse tendencias diferentes que llegaron, a veces, al punto de ruptura, pero que encontraron siempre la fórmula adecuada para garantizar el funcionamiento del grupo. Mérito especial de eso le toca a Neus, cuya firmeza de principios se unía con una excepcional delicadeza en el trato. Esa dinámica, llena de contradicciones, además de constituir un ejercicio de convivencia democrática, dio un resultado positivo: lejos de ostentar el monolitismo sofocante de la mayoría de las revistas marxistas, Cuadernos Políticos supo ser un órgano estimulante y flexible, que abrió espacio a nuevas ideas y a nuevos autores, ventilando el clima intelectual de la izquierda mexicana.

Aún en 1974, inicié, en la UNAM, un trabajo extremadamente fecundo. En un seminario de doctorado sobre Economía y Política en América Latina, se reunieron a mi alrede dor estudiantes valiosos, de la FCPS y de la Escuela de Economía. Ahí conocí, entre otros, a Esthela Gutiérrez Garza, que vendría a ser mi principal asistente de docencia e investigación y que, una vez doctorada, se tornó en excelente especialista en cuestiones de economía y sociología del trabajo, así como Lucrecia Lozano, actualmente directora del CELA de la FCPS.

Paralelamente, en respuesta a una solicitud de Flores Olea, asumí un curso para estudiantes de grado, los primeros que egresaban de los Centros de Ciencias y Humanidades (CCH), creados después de 1968 y cuyos profesores -en general, participantes del movimiento- los habían motivado políticamente, induciéndolos a la rebeldía sistemática. Suspicaces, en un principio, los jóvenes luego se constituyeron en un grupo entusiasta que inundaba el salón de clases con su inquietud intelectual y política, llevándome a dar uno de los cursos más gratificantes de mi carrera como profesor. Con ellos, en especial con los más destacados, pude realizar una experiencia única en mi accidentada vida docente: acompañar estudiantes del principio al fin de su curso; así, di Historia Mundial I y II, iniciándolos a la teoría y metodología del materialismo histórico; un seminario de dos semestres sobre El capital y otro sobre América Latina, concluyendo con dos semestres de taller del que saldrían interesantes informes de investigación, muchos de los cuales sirvieron de base para sus tesis de grado, realizadas en su mayoría bajo mi orientación.

Entre los estudiantes que más se destacaron, es justo mencionar a Guillermo Farfán, Adrián Sotelo, Arnulfo Arteaga (después todos mis colaboradores y hoy profesores universitarios), además de Iván Molina, Víctor Escobar, Abel Jiménez, Carlos Flores, Jaime Rogerio, entre otros. Sus tesis se constituyeron en una profundización enriquecedora de cuestiones planteadas en Dialéctica de la dependencia, en particular una metodología para la determinación del valor de la fuerza de trabajo y su aplicación a México; un estudio de caso sobre el proceso de trabajo y las formas de prolongamiento de la jornada en una fábrica de ladrillos, que evidenciaba la combinación entre la plusvalía absoluta y la relativa; y una investigación sobre el sector de mantenimiento y reparación de máquinas de la empresa Ferrocarriles Mexicanos, que revelaba interesantes combinaciones de modos de organización productiva que integraban métodos artesanales, manufactureros y fabriles, amén de avanzar de forma considerable en el establecimiento de una metodología para el estudio de la intensidad del trabajo. Además de ese grupo, dirigí tesis de grado sobre la acumulación de capital en México, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; sobre la superexplotación de la fuerza de trabajo femenina, sobre el patrón de reproducción del capital en Chile y sobre la teoría de las crisis, en la Escuela Nacional de Economía, y sobre la relación entre organización sindical y sistema de poder en México, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sin relación directa con mis preocupaciones inmediatas, me tocó aún orientar, en la UNAM, tesis de grado sobre la estructura agraria en Panamá, en la FCPS y sobre la filosofía de la praxis, tema caro a la Facultad de Filosofía, además de una sobre el proceso político latinoamericano, en El Colegio de México. Todas fueron defendidas a principios de la década de 1980. Además, quedaron investigaciones cuyo destino ulterior en general desconozco, pero que eran interesantes contribuciones a la economía del trabajo, versando sobre la organización de la industria de cemento y la explotación del trabajo, las formas de articulación entre el trabajo doméstico, artesanal y fabril en la industria de calzados, etc.

En la FCPS, además de acompañar la formación de un grupo de estudiantes, impartía regularmente la disciplina de Historia Mundial Contemporánea que, ampliada a tres semestres, había convocado un número creciente de alumnos, rompiendo -al reunir hasta 300- el esquema de división de grupos vigente. En lugar de optar por la limitación de la matrícula, que frustraría, a mi modo de ver, los estudiantes, preferí recurrir al sistema que utilizara en Brasilia, basado en clases mayores y menores, apoyándome en un equipo de ayudantes y monitores que, en sus mejores momentos, sumó siete personas. Los resultados fueron ampliamente satisfactorios, influyendo en la reorganización pedagógica de la Facultad. En la División de Posgrado, yo dirigía, regularmente, un seminario para alumnos de maestría y doctorado en el área de estudios latinoamericanos, que tenía como finalidad ayudar los estudiantes a definir sus temas de investigación y asesorarlos en su desarrollo, independientemente de que fueran o no por mí orientados.

A título de retribución al interés y atención de que había sido objeto, cuando me encontraba en Panamá, aceptaba en ese período diversas invitaciones, realizando cursos y seminarios, en el nivel de grado y de posgrado, en El Colegio de México; en la Facultad de Filosofía, en el Instituto de Investigaciones Económicas y en la Escuela de Economía, de la UNAM; en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y en la Universidad Autónoma Metropolitana - Ixtapalapa. Sin embargo, a la par de mis actividades regulares en la FCPS, la responsabilidad docente más significativa que asumí fue, a partir de 1977, en la División de Posgrado de la Escuela Nacional de Economía, donde respondí por el seminario-taller de Economía Política en la maestría y orienté tesis, tanto a ese nivel como el de doctorado. En ese período atendí, también, de manera más o menos regular, la Escuela de Economía de la Universidad de Zacatecas, y por invitación de las universidades de Guerrero, Guadalajara y Baja California, impartí cursos breves o participé en exámenes de oposición para profesor.

Con respecto a mi actividad docente debo, finalmente, mencionar la dirección de tesis de posgrado, que llevaron a la defensa de cuatro tesis de doctorado y cinco de maestría, por parte de estudiantes que eran o aún son profesores e investigadores en México, en Brasil, en Argentina y en Puerto Rico. Algunas fueron interrumpidas -como las de dos alumnos nicaragüenses de maestría en Economía de la UNAM, que regresaron a su país, a fines de la década de 1970, para incorporarse al proceso revolucionario. Otras salieron de mi radio de acción, debido principalmente a mi alejamiento progresivo de México, a partir de 1982, destacándose, entre ellas, la tesis de doctorado de Jaime Osorio Urbina, en El Colegio de México, sobre el Estado chileno, y otras en que mi participación fue menor, quedando más en el nivel de definición del objeto y de diseño de la investigación.

Desde 1975, yo había reasumido mis actividades periodísticas, dando prioridad siempre a cuestiones latinoamericanas, en el suplemento dominical del periódico Excélsior, dedicado a asuntos internacionales. No me sentía bien ahí: además de ser prácticamente el único articulista local -el resto del suplemento comprendía en general traducciones de materias de agencias y periódicos extranjeros- el periódico se tomaba demasiada libertad con mis textos, no en el contenido, sino respecto a títulos, subtítulos e ilustraciones. Eso podía inclusive corresponder a una forma velada de censura, como ocurrió con el artículo que titulé "Crisis política en Francia: El movimiento de conscriptos y la cuestión de la seguridad", que (probablemente para no incomodar a los militares) fue publicado con el título "Inconveniente, gastar más de lo que se tiene".

Así -no tengo seguridad de que aprovechando también una crisis en el periódico, motivada por la salida de Julio Scherer de la dirección- acepté, en 1976, una invitación de El Sol de México, que convocaba a intelectuales mexicanos y extranjeros para conformar una nueva y brillante página editorial. Sin embargo, después de un breve período, un problema surgido con compañeros mexicanos, que habían sido objeto de censura, motivó mi salida. Pasé entonces a colaborar semanalmente en El Universal, donde me sentí totalmente a voluntad, eligiendo libremente mis temas y sin sufrir ninguna interferencia en los textos presentados; de ahí sólo vine a alejarme en 1980, cuando los viajes a Brasil y la perspectiva de un posible regreso me llevaron a comenzar a desprenderme de mis responsabilidades habituales.

De esa línea de trabajo, se destacan tres artículos que publiqué, en 1976, en El Sol de México, sobre la política de Estados Unidos para América Latina, que se anunciaba con James Charter, los que fueron refundidos y reeditados por NACLA, en el año siguiente, con el título "A New Face for Counterrevolution". En ellos, yo indicaba el cambio del énfasis estadounidense de la doctrina clásica de la contrainsurgencia, que incentivara los golpes militares en la región, para formas de democracia limitada, que Samuel Huntigton llamaba "democracias gobernables" y el Departamento de Estado "democracias viables". Combinando eso con el análisis de las tendencias que, aunque tenuemente, se delineaban en Brasil y en otros países latinoamericanos, yo preveía la sustitución de las dictaduras militares y los procesos de redemocratización. Estos, a pesar de haber empezados con cartas marcadas, buscando la construcción de un Estado de cuatro poderes (con un poder tutelar, a ser ejercido por las Fuerzas Armadas, superpuesto a los tres poderes de la democracia burguesa representativa), abrían, a mi modo de ver, amplio espacio a la movilización de las fuerzas populares y exigían de la izquierda una readecuación política radical.

En un breve viaje a París, en febrero de 1977, expuse ese punto de vista, en un seminario de intelectuales de izquierda latinoamericanos, provocando un rechazo que rayaba a indignación. Especial impacto ocasionó la exaltada intervención de Frank, destinada, según dijo, a "hacer la defensa de Ruy Mauro Marini contra Ruy Mauro Marini". Tempus est optimus judex. De forma más elaborada, desarrollé esa tesis en la intervención que hice en una mesa redonda del Núcleo de Estudios del Caribe y de América Latina (NECLA), de México, en la cual participaron Agustín Cueva, Theotonio y Pío García, siendo el debate publicado en Cuadernos Políticos en ese mismo año, y en el ensayo "La cuestión del Estado en las luchas de clases en América Latina" que, en 1979, presenté en la conferencia que, anualmente, los yugoslavos promovían en Cavtat. El texto de Cavtat apareció en diversas publicaciones, entre ellas Socialism in the World, revista multilingüe yugoslava; Monthly Review en castellano (Barcelona); Cuadernos del CELA (UNAM); Boletín de la Asociación Latinoamericana de Información (ALAI), siendo, finalmente, incluido en el reading editado por la Universidad Autónoma Metropolitana, de México, El Estado Militar.

Empeñándome en su divulgación, retomé la idea, en las conferencias que impartí, en el curso promovido por la Escuela Interamericana de Administración Pública, en Río, en 1980, y en la Escuela Superior de Administración Pública, en Bogotá, en 1981. Ella fundamentó, también, mi intervención sobre América Central, en la IV Conferencia Anual sobre el Caribe y América Latina, realizada por el Instituto Hudson, en Nueva York, en 1981. El texto referente a esta última, además de publicarse en revistas de México y de Perú, hace parte de Strategies for the Class Struggle in Latin America, reading publicado por la editora Synthesis, de San Francisco.

El espacio privilegiado para el desarrollo de esa temática fue el Centro de Información, Documentación y Análisis del Movimiento Obrero en América Latina (CIDAMO), entidad autónoma que, en 1977, yo había fundado, en México, con el apoyo de Claudio Colombani y que dirigí hasta 1982. Ahí se congregaron jóvenes y brillantes intelectuales de toda América Latina, destacándose el chileno Jaime Osorio, el mexicano Luis Hernández Palacios, el peruano-hondureño Antonio Murga y el argentino Alberto Spagnolo, además de ex alumnos de la UNAM y universitarios y militantes provenientes de países donde la inteligencia estaba proscrita, en particular El Salvador, Guatemala y la Nicaragua somocista. Con el apoyo de fundaciones socialdemócratas y cristianas de Europa y de Canadá y contando con la dedicación de los que, por su inteligencia y seriedad, fueron los pilares del Centro -Francisco Pineda, Maribel Gutiérrez y Lila Lorenzo (que los amigos continuamos a llamar Antonia, su nombre político en Chile)- fue posible constituir una buena documentación especializada y, mediante trabajo casi siempre no remunerado, formar equipos dedicados al análisis de coyuntura -que se tornó el punto fuerte del Centro.

De manera apenas parcial, dada la insuficiencia de recursos para ese fin, el resultado del trabajo puede apreciarse -además del libro Análisis de los mecanismos de protección al salario en la esfera de la producción, fruto de una investigación realizada por Adrián Sotelo y Arnulfo Arteaga y coordinada por mí, a petición de la Secretaría del Trabajo _en la revista CIDAMO Internacional y en la publicación no-periódica Cuadernos de CIDAMO. En esta última, que especificaba los autores, publiqué tres textos: "Proceso de trabajo, jornada laboral y condiciones técnicas de producción", en colaboración con Arnulfo Arteaga y Adrián Sotelo, con base en su tesis de grado, y que presentamos en el simposio internacional sobre Internacionalización del Capital, Proceso de Trabajo y Clase Obrera, promovido por la UNAM, en 1980 -texto que fue reeditado por la revista mexicana Teoría y Política e incluido en el reading de la UNAM El proceso de trabajo en México, en 1984. "Sobre el patrón de reproducción del capital en Chile", escrito en 1980, para fines de discusión con compañeros chilenos exiliados en Cuba, y "Crisis, cambio técnico y perspectivas del empleo", presentado en el simposio internacional que se realizó en Medellín, en 1982, sobre La Problemática del Empleo en América Latina y en Colombia.

En CIDAMO, en un marco de trabajo colectivo desarrollé, aún, otras líneas complementarias de investigación. Una de ellas, sobre la situación internacional, se centró en las condiciones y consecuencias del paso del sistema mundial de poder de la bipolaridad a la multipolaridad; el resultado de esa reflexión apareció, principalmente, en los análisis de Cidamo Internacional. Otra línea tenía como objetivo las características de la crisis económica mundial y sus implicaciones para América Latina, preocupándose particularmente con los efectos de las nuevas tecnologías en las condiciones de trabajo; enfoqué el tema en el paper que presenté en el IV Congreso de Economistas del Tercer Mundo, en La Habana, en 1981 (publicado en diversas revistas e incorporado en el reading organizado por Sofía Méndez Villarreal para el Fondo de Cultura Económica, "La crisis internacional y la América Latina"), y regresé a dicho tema en las conferencias que pronuncié, en ese año, en la Universidad de Lisboa y en la Universidad Nacional de Colombia, así como en mi intervención en el encuentro internacional sobre "Las opciones de América Latina ante la crisis", realizado en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, en 1983, bajo el patrocinio de ILDES.

Una tercera línea de reflexión giró alrededor de los rumbos del socialismo mundial, considerando la crisis de la izquierda europea, en la segunda mitad de la década de 1970, y la cuestión polaca, en 1980 (sobre la cual publiqué algunos artículos menores, en Cidamo Internacional y en El Universal). En cursos y conferencias _en la UNAM, en Cidamo, en Colombia, en Cuba, en Canadá- empecé a diseñar una reinterpretación del proceso histórico del socialismo, que retomaba, de alguna manera, el enfoque que yo le había dado, en Chile, en el curso sobre la teoría de las revoluciones, señalando la necesidad de ubicar el socialismo en la perspectiva histórica de las luchas de clases nacionales e internacionales, incluyendo las que correspondían a América Latina; el único texto existente, sobre ese tema, y que sólo de lejos da una idea del estado de mi investigación, es el compte-rendu de mi intervención en la Conferencia sobre Movimientos Sociales y Cambio Social en América Latina, realizada en Toronto, en 1982, el que, con el título de "Revolution in Latin America during the 80s", fue incluido en el reading de Two Thirds Editions, Social Movement, Social Change: The Re-Making of Latin America.

Sin embargo, el centro, por excelencia, de mis investigaciones continuó siendo el desarrollo capitalista latinoamericano y el modo como era percibido e influido por el proceso teórico. Recurriendo al concepto de patrón de reproducción del capital, que yo había elaborado en Cidamo, replanteé la exposición de ese desarrollo, en los cursos que realicé, entre 1981 y 1983, en el Programa Centroamericano de Maestría en Economía, en Tegucigalpa, y en el doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Montreal, así como en la serie de conferencias que pronuncié, en esa época, en el Centro de Estudios sobre América, en La Habana. Paralelamente, sometí, de nuevo, a la crítica la teoría desarrollista de la CEPAL y, pasando por la teoría de la dependencia, las corrientes endogenista y neo-desarrollista (que se completaban, en el plan político, con el neo-gramscianismo entonces en boga). Esto correspondía a mi preocupación en desentrañar la matriz teórica de las políticas económicas más o menos liberales que comenzaban a aplicarse en la región y que habían tenido a Chile como laboratorio -preocupación que estaba presente en las conferencias sobre Keynes y Friedman que pronuncié, en 1981, en Bogotá. Aparte del estudio sobre el patrón de reproducción capitalista en Chile, ya mencionado, los resultados de ese trabajo no fueron más allá de mis notas y de las discusiones internas de Cidamo, pero se reflejaron en los cursos y conferencias que realicé en ese período en Nueva York y en Salvador (Bahía), así como en Tegucigalpa, Montreal y La Habana. Fuera de esto, ese trabajo, así como lo que se refiere a la crisis del socialismo, continuó a ocuparme, después de mi regreso o Brasil, en 1984.

Con respecto a las cuestiones teóricas planteadas por la Dialéctica de la dependencia, las retomé, en ese tercer exilio, en tres niveles: el ciclo del capital en la economía dependiente, la transformación de la plusvalía en ganancia y el subimperialismo. En lo que se refiere al ciclo del capital, la investigación partió de la relación circulación-producción-circulación, que fue aplicada, primero, a los cambios de la economía brasileña, a partir del primer choque del petróleo; objeto de intervención en el II Congreso Nacional de Economistas de México, en 1977, que consta de la Memoria del evento, el texto evolucionó para el ensayo "Estado y crisis en Brasil", publicado por Cuadernos Políticos. Y, enseguida, en el plano de la teoría general, analicé, a la luz de esa relación, el movimiento de la economía dependiente en el contexto del ciclo capital-dinero; ese fue el tema de la conferencia pronunciada en un seminario sobre la cuestión agraria y su relación con el mercado, cuyo texto se incluyó en Mercado y dependencia, un reading publicado en 1979.

En 1977, terminado mi período como profesor visitante, presenté, en la FCPS, concurso para profesor titular B, en el área histórico-social -lo que conllevaba prueba de títulos, prueba escrita y prueba oral. Para la prueba escrita, fue sorteado un tema relacionado con América Latina y la economía mundial, y tuve que elaborar una disertación que, para fines de publicación, se llamó "La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo". En ese trabajo, me preocupé por deshacer los equívocos que pesaban sobre el concepto de subimperialismo, enfatizando su dimensión económica, e indiqué que él lleva hacia un proceso de diferenciación y jerarquización de la periferia capitalista (hecho que, a su modo, dan cuenta las propias Naciones Unidas, con su concepto de new industrialized countries o NIC).

Además de rebatir algunas críticas que me eran hechas -como la de Pierre Salama, para quien yo me equivocaba al preferir la fórmula D-M-D a la fórmula P...P, cuando, en realidad, esta última no permite captar todo el movimiento de circulación de la plusvalía— yo enfocaba ahí, de paso, el aspecto político, en polémica con José Agustín Silva Michelena, 1976, que descartaba el concepto de subimperialismo en favor del concepto de potencia mediana, lo que no capta adecuadamente la dimensión económica del fenómeno. El hecho de que no haya profundizado el análisis en esa dirección, desarrollando las indicaciones que doy al final del ensayo, fue un error, ya que eso permitió que el subimperialismo continuara siendo confundido con el concepto de satélite privilegiado (que ganaría nuevos bríos, con la publicación de los libros de Trías, 1977, y Schilling, 1978), abriendo, además, camino para elaboraciones como la de Castañeda, 1980, para quien esos países intermedios eran países imperialistas (en que repetía el equívoco insinuado por Martins, 1972). Aprobado en el concurso, fui, después de dos años de ejercicio, promovido a Titular C, por concurso interno.

Desde 1977, yo fungía, también, como profesor visitante de la Escuela Nacional de Economía, División de Posgrado, lo que llevó a que, en 1980, yo tuviera que presentar concurso público para profesor titular C, en el área de Economía Política. Aunque, en aquel momento, yo ya no pretendiera continuar en la ENE, me pareció necesario cumplir con el requisito, razón por la que me presenté como candidato y, una vez aprobado, presenté mi renuncia. La disertación que me tocó elaborar se refería a los esquemas de reproducción del Libro II, de El capital, y los sinodales había solicitado que yo considerara su utilización por autores latinoamericanos.

El texto que de ahí resultó -publicado, por Cuadernos Políticos, como "Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital"- está dividido en tres partes. En la primera, expongo los esquemas y, entrando en la polémica que ellos suscitaron en diferentes momentos de la historia del marxismo, busco mostrar la finalidad específica que cumplen en la construcción teórica de Marx -la demostración de la necesaria compatibilización de las magnitudes de valor producidas en los distintos sectores de la economía- y analizo las tres premisas que tanta discusión ocasionaron: a) la exclusión del mercado mundial, b) la existencia de apenas dos clases y c) la consideración del grado de explotación del trabajo como factor constante. En la segunda, parto de la variación de ese último factor, examinando los efectos de los cambios en la jornada, en la intensidad y en la productividad en la relación valor de uso / valor y en la distribución. En la tercera parte, analizo el uso que tres autores dieron a los esquemas: Maria da Conceição Tavares, s/a., Francisco de Oliveira y Mazzuchelli, 1977, y Gilberto Mathias, 1977, mostrando que la primera, además de no romper de hecho con el esquema tradicional cepalino (agricultura - industria - Estado), confunde valor de uso y valor. Los segundos, captando con agudeza la contradicción moneda nacional - dinero mundial, acaban por fijarse apenas en el movimiento de la circulación y el tercero, que nos brinda un brillante análisis sobre el papel del Estado en la determinación de la tasa de ganancia, se olvida de considerar la relación ganancia / plusvalía (retomamos esa discusión en México, en aquel año, ocasión en que Mathias admitió haber equivocado en la crítica que me hacía en su libro, con respecto a la superexplotación del trabajo). Ese ensayo -probablemente, el menos conocido de mis escritos- es un complemento indispensable a Dialéctica de la dependencia, en la medida que expresa el resultado de las investigaciones, que yo había empezado en Chile, sobre el efecto de la superexplotación del trabajo en la fijación de la plusvalía extraordinaria.

Además de una breve incursión a la cuestión de la educación superior en Brasil -que dio como resultado el texto "Universidad y sociedad", escrito en colaboración con Paulo Speller, con la participación de Guadelupe Bertussi y Geralda Dias, que fue publicado en la Revista de Educación Superior, en México, así como, en inglés, por un Instituto de Toronto— debo mencionar, entre los trabajos escritos en México, la respuesta al artículo de Fernando Henrique Cardoso y José Serra, "Las desventuras de la dialéctica de la dependencia", que titulé "Las razones del neodesarrollismo" (pensé llamarlo "Porqué me ufano de mi burguesía", ironía que Cardoso y Serra merecían); el artículo y la respuesta se publicaron en edición especial de la Revista Mexicana de Sociología, a fines de 1978.

El artículo tenía dos motivaciones. La primera era el antiguo desentendimiento con la posición de Cardoso, que él expusiera en diversos trabajos, y que yo respondiera parcialmente en el posfacio de Dialéctica de la dependencia y en el prefacio de 1974 a Subdesarrollo y revolución. La segunda era la clara preocupación de los autores con la amnistía política que se aproximaba y que podría abrirme espacio en Brasil. Es, sin duda, la cosa más estúpida que ya se había escrito en contra mía, lo que me obligó _haciendo a un lado cierta indiferencia que siempre sentí por la suerte de mis escritos— a hacer una réplica en forma. Tarea, además, no muy difícil: pretendiendo situarse en el terreno del marxismo, el ataque no logra ir más allá del instrumental teórico ricardiano (autor que Serra seguramente estudiara en su curso de doctorado recién concluido), confundiendo, por tanto, valor de uso y valor, así como ganancia y plusvalía, a la vez que -preocupado en combatir tesis inerciales que yo, supuestamente, había defendido- incurre en una grotesca apología del capitalismo brasileño. La polémica tuvo gran difusión en el exterior y no pareció haber sido lograda la descalificación perseguida por los autores del ataque, a diferencia en Brasil, donde mi respuesta ni siquiera fue publicada.

Con la amnistía política, en 1979, pude regresar, en diciembre, después de 14 años. Sin embargo, continué vinculado con México, con breves visitas a Brasil, en 1982 (cuando fui arrestado, de nuevo, por casi tres días) y, en año sabático, a fines de 1983 y principios de 1984. En el segundo semestre de ese año, decidí regresar definitivamente, aunque sólo en diciembre renunciara a mi cargo, en la UNAM. Llegaba al fin mi exilio, que durara casi veinte años.

El regreso

Y veinte años -sobretodo se corresponden a nuestra fase de afirmación y desarrollo profesional- cuentan mucho. Cuentan aún más si el país a que regresamos, a pesar de haber tenido su movimiento general determinado por las mismas tendencias que rigieron el de América Latina participando del mismo proceso de hipertrofia de las desigualdades de clase, de la dependencia externa y del terrorismo de Estado que la caracterizó en ese período, lo hizo acentuando su aislamiento cultural en relación con Latinoamérica y lanzándose a un consumo compulsivo de las ideas en moda en Estados Unidos y en Europa.

En mi segunda visita a Brasil, a mediados de 1980, en respuesta a una invitación de la Escuela Interamericana de Administración Pública, yo ya había tomado conciencia de eso. En efecto, al participar en una mesa redonda con economistas del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), en Río de Janeiro, había sido, no sin sorpresa, el único a contestar la tesis de que Brasil, bajo la dictadura militar, ampliara las bases de su autonomía en el plano internacional y disponía de condiciones envidiables para enfrentar los desafíos de la década de 1980. Los acontecimientos posteriores a la moratoria mexicana de 1982, para no hablar de la trayectoria seguida después por el país, llevarían a la mayoría de ellos a cambiar ese punto de vista. Pero la revisión no fue suficiente para transformar cualitativamente el pathos cultural que la dictadura impuso a la elite intelectual brasileña.

Para que ésta se tornara en lo que es hoy concurrió decisivamente, además del exilio sufrido por la intelectualidad rebelde de los años 60, una política coherente, basada en un conjunto de instrumentos: la censura, que erigió una barrera para la rica producción sociológica, económica y política latinoamericana de ese período; la creación de nuevos medios de comunicación, en particular la televisión, funcionales al sistema; la intervención en las universidades, que expulsó profesores y alumnos, mutiló los planes de estudio y, a través de la privatización, degradó hasta el límite la calidad de la enseñanza; y el destino de grandes presupuestos para la investigación y el posgrado, conllevando nuevos criterios para la selección de temas y el otorgamiento de las becas de estudio para Estados Unidos y algunos centros europeos. El análisis de la política cultural de la dictadura, iniciada con los acuerdos MEC-USAID, y de sus consecuencias aún está por ser hecho, representando un ajuste de cuentas indispensable para que Brasil pueda descubrir su verdadera identidad.

Sin embargo, esa política hubiera resultado menos exitosa si el sistema no hubiera cooptado tantos intelectuales, inclusive aquellos que se encontraban en oposición al régimen. Ocurrió en el país un fenómeno curioso: intelectuales de izquierda, que ocuparon posiciones en centros académicos, o que los creaban con el fin principal de ocupar posiciones, establecían a su alrededor una red de protección contra el asedio de la dictadura y utilizaban su influencia sobre el destino de presupuestos y de becas para consolidar lo que habían conquistado, actuando con base en criterios de grupos. Sin embargo, lo que aparecía, originalmente, como autodefensa y solidaridad se tornó, con el pasar del tiempo -principalmente con el inicio de la desvinculación del régimen, a fines de los años 70- una vocación irresistible para el corporativismo, la complicidad y el deseo de exclusión de todo aquello -cualquiera que fuera su connotación política- que amenazara el poder de las personas y grupos beneficiarios de ese proceso. Por otra parte, en el ambiente cerrado en que se sofocaba el país, resultaba provechoso, para los que en él podían entrar y salir libremente, monopolizar y personalizar las ideas que florecían en la vida intelectual de la región, adecuándolas previamente a los límites establecidos por la dictadura. En este contexto, la mayoría de la intelectualidad brasileña de izquierda colaboró, de manera más o menos consciente, con la política oficial, cerrando el camino para la difusión de los temas que agitaron la izquierda latinoamericana en la década de 1970, marcada por procesos políticos de gran trascendencia y concluida con una revolución popular victoriosa.

El fenómeno no era exclusivamente brasileño o, con el paso del tiempo, fue dejando de serlo. Después de los movimientos de 1968, Europa y Estados Unidos vieron agudizar las luchas de clases y tuvieron que enfrentar iniciativas populares y de izquierda, que desafiaban el sistema dominante. Ya mencionamos que, a mediados de la década de 1970, el resultado de esas luchas pasó a ser favorable a las fuerzas del establishment. Mencionamos, también, que, desde el golpe chileno de 1974, la socialdemocracia europea pasó a actuar en el escenario intelectual latinoamericano, en lo que había sido precedida por las fundaciones de investigación estadounidenses y acompañada por las instituciones culturales financiadas por las iglesias y por la democracia cristiana. En Brasil y en el resto de América Latina, la disputa por la obtención de los recursos otorgados por ellas reconstituyó la elite intelectual sobre bases totalmente nuevas, sin cualquier relación con las que -fundadas en la radicalización política y en el ascenso de los movimientos de masas- la habían sostenido en la década de 1960. Un análisis ejemplar de eso fue realizado por Agustín Cueva, en un ensayo incluido en su libro América Latina en la frontera de los años 90, así como por James Petras, en el artículo "La metamorfosis de los intelectuales latinoamericanos" (Brecha, Montevideo, 1988).

Sea como fuera, ese era el país al cual yo debía reintegrarme. Es natural que, al llegar, me aproximara a los antiguos compañeros de luchas y de exilio, a quienes las elecciones de 1982 habían proporcionado nuevo campo de acción, en especial Darcy Ribeiro, Neiva Moreira y Theotonio dos Santos. Darcy, entonces preocupado por introducir una cuña en la Universidad Estatal de Río de Janeiro, con el fin de promover la recuperación de ese auténtico "elefante blanco", me solicitó un proyecto de un centro de estudios nacionales, que sería creado ahí. Después de terminarlo, participé, con Darcy, en las negociaciones con la rectoría de la UERJ y en la convocatoria a destacados intelectuales de izquierda. Sin embargo, la resistencia opuesta por la Universidad llevó el proyecto al fracaso, y durante todo el mandato de Brizola ella logró mantenerse intocable.

Con Neiva Moreira, empecé a colaborar en la redacción del Jornal do País, quincenal, asumiendo la dirección de un suplemento de seis páginas del que, en 1984, se publicaron unos siete u ocho números -dedicados a cuestiones como las relaciones Brasil-Estados Unidos, la industria de la informática, la crisis de la universidad, la proliferación de las sectas religiosas, la prensa alternativa, las implicaciones ecológicas de la presa de Tucuruí_ pero nuestras diferencias de criterio, sumadas a la crisis que se abatió sobre el periódico, me llevaron a abandonar el trabajo. En 1985 y 1986, editamos juntos una revista trimestral, Terra Firme, de la cual fueron publicados dos números y que, ante las presiones de la campaña electoral de 1986, se interrumpió. Con Emir Sader y José Aníbal Peres de Pontes, intenté aún la creación de una revista teórica, sin éxito. A esa fase, marcada por el intento de crear medios para llegar al gran público brasileño, pertenece mi ensayo "Posibilidades y límites de la Asamblea Constituyente", incluido en la colactánea organizada por Emir para la Brasiliense, con el título Constituinte e democracia no Brasil hoje.

Fue con Theotonio, que ocupaba un cargo de dirección en la Fundación Escuela de Servicio Público (FESP) de Río de Janeiro, que encontré condiciones de trabajo más favorables. Organo secundario en el esquema administrativo de Río, la FESP puede actuar con cierta libertad, aunque sus iniciativas, por celos y rivalidades con personas del equipo del gobierno, hayan sido en general mal recibidas y, a lo máximo, toleradas. Asumí la coordinación de proyectos académicos, y tuve que ocuparme, principalmente, de la creación de un curso de grado en administración pública.

La idea era interesante, pero iba contra la corriente. Después de la iniciativa pionera de la EBAP, en los años 50, los cursos de administración habían proliferado en el país, principalmente en el área privada de la enseñanza (por su bajo costo), pero totalmente vueltos hacia la administración de empresas. La propia Fundación Getulio Vargas descaracterizó primero, la EBAP, suprimiendo el régimen de tiempo integral, así como las becas de estudio, además de aligerar en el curriculum la fuerte carga de ciencias sociales, para, finalmente, extinguirla, a principios de la década de 1980. Después de concluir el proyecto del Curso Superior de Administración Pública (CESAP) y acompañar su trámite, hasta verlo autorizado por el Presidente de la República, a principios de 1986, asistí a su empantanamiento, por falta de recursos, y a su inviabilidad, con la derrota de Darcy Ribeiro en las elecciones para gobernador de Río. Es justo destacar el apoyo entusiasta que tuve, en esa empresa, de Newton Moreira e Silva, entonces director de la FESP, y de Yara Coelho Muniz, mi secretaria, colaboradora y amiga.

En ese ínterin, aprovechando el espacio de que disponía Theotonio y contando con la colaboración de un equipo, en que se destacaban Helio Silva, Gustavo Senechal, Bolívar Meireles y Paulo Emilio, fue posible hacer algo -para lo que concurrió el apoyo de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) y del propio Consejo Nacional de Investigaciones (CNP por sus siglas en portugués), a partir del momento que José Nilo Tavares, rompiendo el círculo corporativo típico de la institución, asumió ahí un cargo de dirección. Apoyados en eso, procuramos airear el ambiente intelectual brasileño, poniendo en escena temas, personajes y enfoques relevantes en los círculos internacionales de izquierda, pero que venían siendo sistemáticamente excluidos de los eventos científicos y culturales del país. Aunque el resultado haya sido muy inferior al que esperábamos, vale la pena reseñar algunas de las iniciativas más interesantes.

En 1984, se realizó el Congreso Internacional de Economistas, promovido por la FESP y por las Facultades Integradas Estácio de Sá, al que comparecieron, entre otros, Andre Gunder Frank (que no venía a Brasil desde 1964) e Immanuel Wallerstein. Pronuncié una conferencia sobre "Crisis y reordenamiento de la economía capitalista mundial", en la cual destacaba la tendencia a la formación de bloques económicos e indagaba, en ese contexto, sobre el futuro de América Latina. Durante el Congreso, fui abordado de sorpresa por periodistas de la revista Isto É, dando como resultando un reportaje sensacionalista, en que aparecía, una vez más, como gran responsable por la lucha armada en Brasil.

En 1985, en el marco de una investigación sobre movimientos sociales, patrocinada por la UNU, se realizó un seminario nacional, donde presenté un documento sobre el movimiento obrero en Brasil, que fue publicado (con los demás trabajos) en la revista que creamos en la FESP, Política e Administração, y se reeditó en Cuadernos Políticos; esa línea, que tuvo otros desdoblamientos, culminaría con el seminario sobre movimientos sociales y democracia en Brasil, realizado en 1986, al que CLACSO también se asoció. Aún en 1985, con la UNU, la FESP copatrocinó el seminario internacional sobre "El papel del Estado en la seguridad de América Latina ante la amenaza a la paz", donde participaron, entre otros, José Agustín Silva Michelena, Orlando Fals Borda, Héctor Oquelí y Heinz R. Sonntag _yo presenté un documento sobre la Geopolítica latinoamericana, en que aprovechaba para examinar el estado en que se encontraba la cuestión del subimperialismo- y otro seminario, sobre "Crisis Internacional, Reordenamiento de la Economía Mundial y Estrategias del Desarrollo Científico y Tecnológico", donde impartí una conferencia sobre "El pensamiento económico en América Latina".

El mayor acontecimiento de 1986 y, sin duda, el más impactante en mi período en la FESP, fue el curso conmemorativo "Treinta Años de Bandung", en el nivel de posgrado, bajo los auspicios de la UNU -que esperaba realizar otros similares en India y en Egipto, lo que no se concretó plenamente. Con un buen financiamiento y la colaboración eficiente de Flavio Wanderley Lara, pudimos traer trece becarios africanos y latinoamericanos, a los cuales se sumaron cerca de siete brasileños, así como excelentes conferencistas, entre los cuales Harry Magdoff, Elmar Altvater, Otto Kreye y Tomás Vasconi. Mi curso, relativo a "Teorías del desarrollo económico y de la dependencia", me permitió sistematizar los resultados a que llegara mi investigación sobre el tema.

Aprovechando, en parte, la infraestructura de ese curso y el apoyo del CNP y de la Fundación Alexandre de Gusmão, realizamos, junto con la FLACSO, el curso de posgrado "Brasil y América Latina en el sistema internacional", donde participaron también Edelberto Torres-Rivas, René Dreyfus, Roberto Bouzas, Mónica Hirst, Vania Bambirra, Antonio Carlos Peixoto, Luiz Alberto Moniz Bandeira y otros. En ese curso, entre otros, traté de la integración latinoamericana y de las relaciones internacionales de Brasil y orienté dos disertaciones —sobre la acción del IBAD en Brasil y sobre el subimperialismo brasileño en Bolivia. Entre los eventos internacionales que la FESP promovió, aún debo mencionar el XVI Congreso Latinoamericano de Sociología, con el apoyo de la UERJ, donde coordiné el seminario sobre "Imperialismo, colonialismo y democracia" y presenté el documento sobre "El movimiento obrero y la democracia"; y el II Simposio Latinoamericano de Política Científica y Tecnológica, donde mi intervención trató sobre progreso técnico y empleo.

La larga estancia en el exterior a que el exilio me había orillado me llevó, a mi regreso, a retraerme con respecto a la participación en eventos fuera de Brasil. Sin embargo, en 1985, atendiendo aún a compromisos anteriores, viajé a México, a Cuba y a Puerto Rico. En México, se trataba de un seminario promovido por el Servicio Universitario Mundial (SUM) sobre problemas de la democracia; el documento que presenté, "La lucha por la democracia en América Latina", fue publicado por Cuadernos Políticos y, más tarde, en la revista de la Universidad de Brasilia, Humanidades. El viaje a La Habana se realizó en el cuadro del encuentro internacional promovido por el presidente Fidel Castro, sobre la deuda externa del Tercer Mundo, que tuvo carácter más político que académico. Finalmente, en San Juan, participé del II Congreso de Sociología de Puerto Rico, pronunciando una conferencia sobre la crisis del pensamiento latinoamericano, además de otras, sobre temas variados, en facultades e institutos de universidades locales.

En 1986, teniendo como perspectiva mi alejamiento de la FESP, como consecuencia del resultado de las elecciones estatales, recibí una comunicación del rector de la Universidad de Brasilia, Cristovam Buarque, que me informaba sobre gestiones en curso para mi reintegración a la institución. Se trataba de un cambio radical en la política adoptada por la Universidad al respecto, ya que la UB había ignorado inclusive la solicitud que yo había hecho en ese sentido, luego de la amnistía de 1979. Gracias al empeño del nuevo rector y al esfuerzo y dedicación de la profesora Geralda Dias, del Departamento de Historia, así como del profesor José Geraldo Júnior, que fueron los responsables por el levantamiento y análisis de los hechos, fui uno de los primeros de una numerosa lista de profesores y funcionarios reintegrados, lo que vino a reparar una de las muchas arbitrariedades cometidas por la dictadura. En marzo de 1987, ya dimitido de la FESP por la nueva administración nombrada por el gobernador Moreira Franco, me transferí a Brasilia.

Adscrito al Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, yo iría a reencontrar en la UB a viejos amigos, como Vania Bambirra, Theotonio dos Santos, Geralda Dias, Luiz Fernando Victor, entre otros, además de hacer nuevas amistades, en especial Adalgisa Rosario, Argemiro Procopio, Cristovam Buarque, Luiz Pedone y David Fleischer. Asumí, luego de un semestre de adaptación, la carga docente regular que impone, semestralmente, la realización de un curso de licenciatura y otro de posgrado. Entre 1987 y 1989, eso conllevó, en el primer caso, impartir los cursos de Cambio Político en Brasil y Teoría y Metodología Marxista I y II (estos últimos, creados por sugerencia mía) y, en el segundo caso, los de Teoría Política del Estado, Temas Especiales en Teoría Política y Estado, Elites y Sociedad. Ejercí, también, la función de coordinador del Programa de Posgrado en Ciencia Política, y además fui miembro del Consejo Académico del Programa de Doctorado en América Latina, patrocinado por la UnB y por la FLACSO, y miembro del Consejo Editorial de la Universidad de Brasilia. Además, participé como sinodal de concurso público para profesor y de examen de proyectos de tesis de grado y posgrado, además de orientar tesis de maestría en Ciencia Política.

Con respecto a la participación en reuniones, en ese período, debo destacar, en el nivel de la UB, el seminario sobre "La perestroika: implicaciones para la sociedad soviética y el sistema de relaciones internacionales", realizado con la USP, la UFRJ y el Cebrade, como comentarista a uno de los conferencistas soviéticos, en 1988, y en el seminario "Las perspectivas de Europa unificada y la integración latinoamericana", promovido por el Departamento de Ciencia Política y el Instituto Goethe, en 1990, cuando pronuncié una conferencia sobre "El desarrollo de la economía mundial y la integración latinoamericana". Además de conferencias y mesas redondas realizadas en la UFRJ y en la UERJ, en 1987, debo mencionar mi participación en seminarios del ILDES, en São Paulo y en Río, en 1988 y 1989, sobre un tema de investigación al que después haré referencia. En el plano internacional, participé, en 1987, en el seminario, en Managua, sobre "Crisis y alternativas de América Latina", patrocinado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional, y el documento que presenté _"Democracia y socialismo"- fue incluido en el reading que, con trabajos de Pablo González Casanova, Martha Harnecker y Tomás Vasconi, y conservando el nombre del seminario, se publicó en Montevideo, en el año siguiente. En 1989, pronuncié una conferencia sobre la economía mundial y la integración latinoamericana, en la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires.

Durante ese período, se acentuó una tendencia que se había hecho presente después de mi regreso al Brasil y de la cual sólo recientemente había tomado conciencia, que es identificada con agudeza por Agustín Cueva, en su ensayo ya citado. Se trata de la sustitución de actividades más abiertas, que buscan comunicación con un público más amplio, tendiendo a incidir en el proceso de formación de opinión, y que se expresan en libros, ensayos y artículos de alcance general, por actividades de carácter más especializado, circunscritas a grupos cerrados, cuya forma de expresión natural es el informe o el documento, y que sólo eventualmente trascienden al público a través de materias periodísticas (como la entrevista que me hizo Emir Sader para la revista, en 1987, donde yo criticaba a la industria brasileña, por su falta de competitividad y su parasitismo con respecto al Estado). En esta línea, entre 1986 y 1989, realicé tres investigaciones.

Con José Luis Homem da Costa y Rodrigo Cárcamo de Olmos, realicé un estudio para ILDES, cuyo informe, concluido en 1986, se llamó "Desarrollo económico, distribución del ingreso y movimientos sociales en Brasil". Además de actualizarme con respecto a la polémica sobre la distribución del ingreso, que tuvo lugar en Brasil en la década de 1970, esa investigación me llevó a la interesante constatación de que la aceleración de la concentración del ingreso, iniciada en los 60, pierde fuerza a fines de los 70 y principios de los 80, debido, a mi modo de ver, al ascenso de los movimientos sociales que se registra entonces en el país. El fortalecimiento del bloque burgués, en la llamada Nueva República, la retracción de las inversiones productivas en provecho de la especulación financiera y las ofensivas lanzadas contra los trabajadores -con destaque para los planes económicos que se inician en 1986- revirtieron, a lo que todo indica, esa tendencia.

Aún en aquel año, habiendo el CNP aprobado un proyecto que presenté, relativo a la industria automovilística, inicié su desarrollo, que terminé en 1989. En 1987, presenté un informe de la primera parte, con el nombre de Crisis y reconversión de la industria automovilística mundial, y está en proceso el informe final, que analiza su impacto en Brasil y que me permitió conocer mejor el desempeño de un sector clave de la economía nacional y sus relaciones financieras y tecnológicas con los grandes centros. Conviene observar que —dentro de la política del CNP de repartir los pocos recursos de que dispone parsimoniosamente, de suerte que, atendiendo a muchos, nunca subvenciona un proyecto de manera suficiente _me vi obligado a modificar el plan inicial, que consistía en incluir en el análisis México y Argentina, aprovechando mis contactos y mi conocimiento sobre esos países.

La tercera investigación, finalmente, se debió a la iniciativa de ILDES en el sentido de patrocinar un amplio estudio sobre el déficit público brasileño, el que integró proyectos de investigadores de Río, de São Paulo y de Brasilia —entre ellos, Eduardo Suplicy, Paulo Sandroni, Maria Silvia Bastos, Vitor Mereje, Theotonio dos Santos y Vania Bambirra. En ese marco, tomé como tema la política de incentivos y subsidios a la exportación de manufacturas, y realicé dos informes: uno, preliminar, que estimaba, de manera general, el efecto de esos incentivos y subsidios sobre el déficit público, titulado La política de fomento a las exportaciones y el déficit público en Brasil, presentado a fines de 1988; y otro, en que analicé en detalle las políticas gubernamentales que dieron origen a la sustitución de importaciones, en la década de 1950, el intento pos-64 de suprimirlas en favor del fomento a las exportaciones y, en fin, la combinación de ambas, principalmente después del choque petrolero de 1973, lo que resultó en el proteccionismo exacerbado y en la sangría en gran cantidad de recursos públicos, en favor de los grupos empresariales privados -informe este presentado en 1989, con el título Estado, grupos económicos y proyectos políticos en Brasil, 1945-1988. Es justo registrar aquí la dedicación que, en todas esas investigaciones, demostró mi asistente, Maria do Socorro F. Carvalho Branco, así como Luciana de Amorim Nóbrega.

La carga de trabajo que esas investigaciones conllevó, y que se sumaba a mis actividades académicas normales, fue siendo, poco a poco, percibida como un mecanismo de drenaje de mi vida intelectual en favor de mi refuncionalización al sistema científico-cultural vigente en el país. De hecho, ella implicaba que las inquietudes y objetivos de investigación, derivados de mi propia trayectoria de trabajo, así como la selección de temas de estudio a que ella tiende, fueran dislocados del centro de mi ocupación principal, pasando a recibir un tratamiento marginal, lento y penoso, y eso cuando recibían alguno. Una virosis que me atacó en 1989, que redujo mi capacidad de trabajo durante buena parte del año, y las huelgas que entonces agitaron la UNB me llevaron a postergar la búsqueda de una solución al problema, tanto más que, debido a las huelgas, el segundo semestre lectivo de aquel año continuó en 1990. Así, recién en mayo me fue posible suspender mis actividades académicas, gracias a una licencia sabática, para -renunciando también a la búsqueda de financiamiento para mis proyectos de investigación- dedicarme a reponer en su camino mi vida intelectual. Este es el punto en que me encuentro.

A manera de balance

Un trabajo de esta naturaleza quedaría incompleto sin un intento de auto-objetivación, es decir, si no procurara percibir, de manera relativamente impersonal, cómo los demás vieron mi actividad intelectual, a lo largo de su desarrollo. La manera que encuentro para hacerlo —necesariamente limitada, ya que sólo puedo darme cuenta de las reacciones de intelectuales iguales a mí— consiste en realizar una reseña de la aceptación o del rechazo a mis escritos. Además de las limitaciones inherentes a ese procedimiento, el resultado a que llegué será aún más insatisfactorio, debido al hecho de que me ocuparé apenas de lo que conozco, sin recurrir a una investigación ex professo.

Al considerar la repercusión de mi trabajo intelectual en los medios científicos y académicos, distingo tres momentos. El primero, que se inicia con la publicación de los artículos que escribí en México y que va hasta 1973, corresponde a la libre utilización por otros de conceptos por mí elaborados, sin el cuidado de identificación de la fuente, posiblemente por tratarse de un autor poco conocido. A esa regla general escaparon, a rigor, Frank, 1967, y Martins, 1972. Esta es, también, la fase en que empiezan a surgir trabajos —en su mayoría tesis de grado— inspirados y, a veces, orientados por mí. Al final, se registra la primera manifestación explícita de divergencia conmigo -Cardoso, 1972- y una observación premonitoria: "La originalidad del ensayo de sistematización del problema (de la dependencia) hecho por Marini... da al texto un gran valor, si bien no lo exime de contener partes muy controvertibles" (De Los Ríos, 1973, refiriéndose al artículo de Sociedad y Desarrollo que contiene la primera versión de Dialéctica de la dependencia). Cuando dejé Chile, vería ese doble aspecto de mi trabajo.

Con la publicación de Dialéctica de la dependencia, se inicia la segunda fase del proceso que estoy examinando: junto con la utilización amplia -y, ahora, reconocida- de mi trabajo, como base teórica y metodológica, por parte de muchos estudiosos (en general, jóvenes), él pasa a ser discutido, cuestionado y -casi siempre, con pasión y, hasta, con mala fe- atacado. Señalé, a su tiempo, que no viví aisladamente esa experiencia, que se verificaba en el contexto de la crítica a la teoría de la dependencia, que se inicia en 1974. Sin embargo, no hay duda que, con excepción de Frank, mi obra fue el objetivo más visado -lo que no se puede disociar, a mi ver, de la posición política que le corresponde.

Así, recién publicado mi libro, aparecía, al lado del elogio de Blanco Mejía, la crítica de Arauco, 1974, al concepto de superexplotación -por él identificado como el de plusvalía absoluta, error en que no sería el primero ni el último a incurrir- mientras Cueva, 1974, en un ensayo que marcó época, abría fuego contra el dependentismo como escuela, ahí incluidos Frank, Cardoso, Theotonio dos Santos, Vania Bambirra y yo. Los trabajos de Arauco y de Cueva, presentados al XI Congreso Latinoamericano de Sociología, en Costa Rica, fueron productos de discusiones internas en el CELA-UNAM, donde yo recién me había incorporado, pero de las cuales no participé, y dieron inicio a la ofensiva contra la teoría de la dependencia. En texto más reciente, refiriéndose a eso, Cueva afirma que "nunca pensamos que nuestras críticas de mediados de los años 70 a la teoría de la dependencia, que pretendían ser de izquierda, podrían sumarse involuntariamente el aluvión derechista que después se precipitó sobre aquella teoría" (Cueva, 1988).

Al respecto, el punto culminante de la ofensiva se sitúa en 1978, con los trabajos de Serra/Cardoso y Castañeda/Hett. Pero también es cuando me propongo el primer intento serio para recuperar en otro nivel algunas de las cuestiones suscitadas en la discusión: en Leal, 1978, el autor, partiendo de la teoría marxista del proceso de trabajo, examina sucesivamente Baran (cap. I), Frank, Cardoso/Faletto y Prebisch (cap. II) y Marini (cap. III), con el fin de determinar en qué medida esos autores contribuyen a fundar una teoría del capitalismo latinoamericano. Independientemente de estar o no de acuerdo con las conclusiones a que llega Leal, el camino por él elegido es, sin duda, el más adecuado para pasar de lo que fue capaz de pensar la teoría de la dependencia a un tipo de conocimiento superior. Esa será, además, la tendencia que se afirmará en los estudios sobre el asunto, una vez serenados los ánimos.

De la producción de ese período, cabe destacar Arroio/Cabral, 1974; Osorio, 1975; Fröbel/Jürgen/Kreye, 1977; Bambirra, 1978; Castro Martínez, 1980; Torres Carral, 1981, y Chilcote/Johnson, 1983, así como la mayoría de las tesis que, orientadas por mí, fueron defendidas en México, a diferentes niveles, entre 1980 y 1984, como obras que contribuyeron a ampliar mi horizonte de investigación y a refinar mi instrumental de análisis. Sin embargo, por razones diametralmente opuestas, es necesario hacer dos referencias especiales. La primera -Osorio, 1984- estudia el desarrollo del pensamiento latinoamericano, a partir de la teoría de la dependencia, y el nexo existente entre éste y el proceso sociopolítico de la región, iluminando, bajo muchos aspectos, los orígenes y motivaciones de las expresiones teóricas que ese pensamiento asumió. La segunda -Mantega, 1984- toma lo que supone ser el moderno pensamiento marxista en Brasil, considerando las obras de Caio Prado Jr., Frank y Marini, para, con base en un enfoque ideológico y mucha falta de información (a punto de citar, de mis trabajos, solamente la edición de 1969 de Subdesarrollo y revolución y la traducción por una revista brasileña de uno de mis artículos de 1965 -que, como ya planteé, sirvieron de insumo al libro en cuestión), concluir con una crítica antitrotskista, que no sólo carece de sentido, como sorprende por su intolerancia, además de ser anacrónica.

En efecto, a partir de 1984, la actitud con relación a mi trabajo y, en general, a la teoría de la dependencia entra en una nueva fase, que toma dos caminos, aun cuando reincide en el estilo del segundo período (Cismondi, 1987): el primero consiste en considerar uno y otra como hechos de necesario registro en la historia del pensamiento latinoamericano, y el segundo, en buscar, en el sendero por ellos abierto, nuevos desarrollos teóricos. Se debe mencionar, en el primer caso, Bottomore, 1988, y Kay, 1989 —y, aún, Davydov, 1985-1986, por mucho que este se resienta del atraso de la teoría social en la Unión Soviética—; y, en el otro, Kuntz, 1984; Dussel, 1988; Cueva, 1988 y 1989, y Osorio, 1990, que procuran recuperar y trascender, en el plano del marxismo, la teoría de la dependencia. También se debe mencionar Bordin, 1988, que se sirve de ella para reinterpretar los fundamentos y las proyecciones de la teología da liberación.

Finalmente, debo concluir insistiendo en un rasgo peculiar de la teoría de la dependencia, cualquiera que sea el juicio que se haga: su contribución decisiva para alentar el estudio de América Latina por los propios latinoamericanos y su capacidad para, invirtiendo por primera vez el sentido de las relaciones entre la región y los grandes centros capitalistas, hacer con que, en lugar de receptor, el pensamiento latinoamericano pasara a influir sobre las corrientes progresistas de Europa y de Estados Unidos; basta citar, en este sentido, autores como Amin, Sweezy, Wallenstein, Poulantzas, Arrighi, Magdoff, Touraine. La pobreza teórica de América Latina, en la década de 1980, es, en una amplia medida, resultado de la ofensiva contra la teoría de la dependencia, lo que preparó el terreno para la reintegración de la región al nuevo sistema mundial que empezaba a gestarse y que se caracteriza por la afirmación hegemónica, en todos los planos, de los grandes centros capitalistas.


Notas

*Archivo de Ruy Mauro Marini.Tomado de http://www.marini.-escritos.unam.mx. Traducción de Claudio Colombani.

**Sociólogo brasileño precursor de la teoría de la dependencia.